Descubre la obra contemporánea de Imaginario Ocasional
A menudo, en cuanto amanece, voy en tu busca, mi cámara se dirige hacia ti, de una manera u otra te admira. Eres como una figura majestuosa que emerge de mis sueños, de tus sueños, desplegando tu esencia al mundo. Desde detrás de mi lente, voy atesorando esos fugaces momentos en los que te conviertes en el protagonista de mi universo visual.
Avanzas con determinación hacia la esquina, cruzas una calle sin mirar, sin notar mi presencia oculta tras el objetivo. En cada uno de tus pasos, siento cómo mi corazón se estremece, aunque tú no lo sepas. Ignoras que, a través de los cristales de mi cámara, capturo imágenes que narran historias inspiradas en ti.
Aunque nuestras vidas solo se entrelazan en el mundo de la contemplación, me completa la mera idea de ser testigo de tus vivencias. A través de mis fotografías, construyo paisajes que rozan lo etéreo y retratos que revelan tus secretos más profundos. Me sumerjo en las luces y sombras de risas o llantos, buscando reflejar el brillo de tu esencia. En mi mente se despliegan imágenes de mañanas de invierno o tardes de verano, donde tú y yo nos encontramos en cada encuadre, capturados en el abrazo cálido de un instante fugaz.
Tú eres la luz que guía mis imágenes, el motivo que ilumina mis días. Sin embargo, permanezco en las sombras, oculto tras el visor de mi cámara. Mi objetivo sigue enfocando, y cada disparo representa un fragmento de mi alma que busca tu mirada, anhela capturar la esencia perfecta a tu lado.
En el refugio de los encuadres, la composición y la edición, te rindo homenaje en cada imagen, te hago inmortal en mis fotografías. En cada amanecer, cuando la luz se despliega y transforma el mundo en una paleta de colores, eres mi guía, mi inspiración más profunda. Aunque nuestras vidas solo se crucen en el instante congelado de una fotografía, sé que nuestras almas se encuentran en la eternidad de cada imagen, donde las emociones y los sentimientos se capturan quizá para siempre.
Habitar el olvido es una tarea que emprendo cada vez que tomo mi cámara y me sumerjo en el mundo de la fotografía. Me adentro en un territorio desconocido, un espacio donde el tiempo se detiene y el pasado se hace presente a través de las imágenes que capturo.
En cada fotografía habita una porción de olvido, de recuerdo que se niega a desvanecerse. Mi cámara es mi herramienta para rescatar esos momentos, para preservarlos y darles una nueva vida en el universo que nos ofrece la luz.
Pero este mundo que he creado, habitado por momentos capturados a través de un cristal, también me condena a vivir en un eterno presente de recuerdos. La fotografía me permite habitar el olvido, pero también me obliga a convivir con él.
Cada imagen es un testimonio de lo que fue y ya no es, un recordatorio de que todo lo que tenemos es efímero y está destinado a desvanecerse. En mi labor como fotógrafo, me he dado cuenta de que la vida misma es un constante proceso de olvido, de dejar atrás lo que ya no nos sirve y abrir espacio para lo nuevo.
Habitar el olvido es una paradoja, una lucha constante entre la necesidad de preservar y la realidad del cambio. Pero en esta paradoja encuentro la belleza de la vida, la posibilidad de crear algo duradero a través de lo efímero.
Cada fotografía que capturo es una invitación a habitar el olvido, a explorar los límites de la memoria y a encontrar la belleza en lo que ya no es. Y en este universo de imágenes encuentro mi hogar, un lugar donde el olvido y la memoria se funden en una sola realidad.
